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LAS VUELTAS

 

La escritura es una materia viscosa. Se alimenta de los ojos de las personas, animales y besos. Eso dentro es una nueva visión, oscura pero que ve entre los muebles: ve lo que has dejado de ver; ve lo que deberías estar viendo; ve lo que no deberías ver. Todo a favor de la desgracia de tu corazón. Al que llevas por la penumbra como un niño malo a un abuelo inútil. Hasta el rincón donde te inventas un agujero a otro mundo, donde puedes caer para evitar esta vida y aparecer en cualquiera de tus personajes. Incluso en la de aquella mujer que no es una vida, sino un texto escrito sobre el que debes calzar tus palabras una a una. Un dibujo sobre papel calco que tratas de hacer coincidir. Una historia que no es de ella, sobre una ella que es todas las otras. Otra vez tu viejo tema de las capas terrestres. Las edades de tu ira. Ver a la Claudia y socavar en ella las efigies de las tantas siluetas que se perdieron en su propia sombra. Vámonos entendiendo. Este no es tu diario, es tu capitulación, tu vuelta al ruedo para el último de la tarde y tu última noche, pero no inventario de mujeres ni inventar mujeres que no son, ni que a fuerza de ficción y suspensión de la incredulidad podrían ser.