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LAS RENUNCIAS

También puedes callarte. Hacer tu oficio como el orfebre de todos los siglos anteriores. Silencio y soledad totales. Ni el texto en progreso ni sus paratextos que lo merodean. Ni contar ni informar. Cerrarte a todas las redes, a todas las tentaciones de comunicación. Oírlas en su murmullo universal. Olvidarte que escribir es encontrarte con el resto. Decir con las manos lo que la distancia no permite con las bocas. Seducir o abrazar. Pero ese océano de ojos, sobre todo las noches, llega hasta tu orilla. Te riega el ego ermitaño de ansiedad colectiva. Entonces, bajas del faro, abres alguno de tus microblogs ya microbacterianos de abandono, y te sumes en el oleaje y escribes sobre lo que no deberías escribir de lo que dices que escribes.