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LA TEMPERATURA

LA TEMPERATURA

 

Uno de los problemas de la primera persona del singular es que no puedo subirme las solapas de la gabardina. Ni que estas corten el aire nocturno como espadas de samurái. No he usado una nunca. Mi madre, la Rosis, dijo que me quedaría como cobrador de baños públicos. Ante su símil, que remataba riéndose como antes de que así llorara Chavela, debía arreglarme con el estilo tres leches: camiseta de manga larga más camiseta de manga corta más chaleco con mangas, tal como se cubría el barrio de aquella ciudad de hielo: hospital de aislamiento más hospital policlínico más morgue más asilo de ancianos más cementerio. Así que, en noches como esta, escribo un cuento en tercera persona, solo para que esta al fin lleve gabardina, aunque no sepa hacia dónde.