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LA DEMOGRAFÍA

 

No se debe hablar de lo que escribes. Escribir ya es una boca con la imaginación abierta y los dientes apretados. Escribir sobre escribir te hace menos solo, pero te ofrece demasiada compañía: la lectura precoz, condescendiente o castradora. Ahora más, cuando cualquier texto tirado por la borda sube de vuelta en la red pringado de likes: menos peces y más aplausos inconscientes. El adelanto gordo de autosatisfacción. Inacabado y, sin embargo, muerto. De gusto. Incluso el texto que hace de abogado del diablo del texto secreto. El que lo cuestiona o averigua o le hinca los dientes para sentir el latido. También este pierde sus facultades en brazos de la ofuscación pública. También este pierde la sinceridad y cae en la tentación de la demografía del asentimiento o del arrepentimiento. Del abajo o arriba del dedo en el coso romano. Y cuando te quieren como ser lúbrico y no lúdico es peor. Porque pasar por tu texto es pasar de él directo al abrazo. Usarlo como puente para ahorrarse el río de días sin intimidad. Te leen como si te hablaran. Sus voces por encima de tus palabras. Sus pasiones por encima de las tuyas.