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INTERIORES

 

La escritura es una materia viscosa. Se alimenta de los ojos de las personas, animales y besos, y ve entre los paños de lodo al niño malo que arrastra a su abuelo inútil hasta el agujero del otro mundo. El tú frente al yo y en la mitad, todo el tiempo; uno mismo y el otro. Así creo en un solo escenario (el párrafo) una forma de redención y otra de condena. Hago que el niño que fui acabe con el anciano que creo que me espera en mi propio cuerpo. —Antes que en la vida, en la literatura—. Luego, dejaré de escribir (ya mismo, en este instante) y los dos: infante y demente (y viceversa) desaparecerán de mi vida. Pero mañana, justo a la hora que siempre quiero evitar, volverán al cuadro coagulado en el tiempo narrativo, y me arrastrarán con ellos al vacío de otra historia.