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EN EL DECIR

No suelo escribir bien cuando estoy bien. Y ahora peor, que estoy muy bien. Cuando lo que yo llamo alma está así de bien, no solo se resiente mi escritura sino mi estructura; eso es raro. Es como si escribiera con el cuerpo y su morfología fuese el centro de operaciones de la asociación neuronal. Me duele el alma pero no mis órganos. Si pasa lo contrario, como estos diez días, solo puedo reescribir. La dicha tapona o entumece la máquina de las palabras escritas. Y el cuerpo empieza a resentirse. Mientras mi alma (eso que yo llamo alma y que no es ni la cristiana ni la panteísta) bulle no hace bulla. Es algo como el agua que hierve en un pozo en medio de rocas antiguas. Sin informar, sin traducir, sin reolotear por el jardín de las metáforas, sin inventar. Voy por los pasillos de la casa y de mi mente como una pelusa. De aquí para allá, sin una voluntad predeterminada. Solo levantado y dirigido por un aire, un viento, una brisa lejana y desconocida. Pero, de cerca, se nota que baila. Que es la dicha (que ya baila por ser dicha) que baila además por bailar. La dicha que quiere ser dicha, pero no en el decir de las palabras.